ARTÍCULOS
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Acotaciones
, 28, enero-junio 2012
Esta no es mi doctrina: es mi estudio. No es la lección de otro,
sino la mía.
Michel de Montaigne,
Ensayos
.
Si rebobinase en mi cabeza los últimos diez años de obras que he ido vien-
do, posiblemente la escena que más se repetiría sería la de un actor —qui-
zás desnudo— tratando de convencer al público, con su sola presencia, su
mera capacidad de acción, de palabra, de dos hechos tan innegables como
indemostrables: uno, que quien está ahí es realmente quien está ahí, y
otro, que esa situación que está teniendo lugar en ese momento, es decir,
un grupo de personas sentadas atendiendo a lo que pasa en escena, es el
único sentido que tiene eso que está pasando. Estos dos aspectos distintos,
que no han dejado de formar parte, por otro lado, de las artes escénicas
durante toda su historia, ocupan el centro de interés del hecho «creativo»:
quién es el que está en escena y qué tipo de situación está teniendo lugar.
En realidad, lo primero es parte de lo segundo: las dos preguntas se po-
drían sintetizar en una sola: ¿qué estoy haciendo delante de esta gente?,
¿qué (me) está pasando ahora?
La respuesta más inmediata es que lo que está teniendo lugar es «tea-
tro», sin embargo, esto no soluciona el problema, solo lo transforma tra-
yéndolo al campo artístico: ¿qué significa, para mí, ahora, a comienzos del
siglo
xxi
, hacer teatro?, ¿qué sentido tiene que yo salga ahora a escena?
El objetivo de estas páginas no es contestar esta pregunta, sino utilizarla
como guía para discutir algunos espacios singulares de la escena desde
los años noventa hasta ahora. Todos ellos tienen algo en común: el actor
comparte con el público el cuestionamiento de su propio papel en esa es-
cena, frente a ese público que lo está mirando; queda transformado así en
testigo de sí mismo, algo que nunca ha dejado de ser (basta con revisar la
historia del teatro), pero que ahora se expresa como punto de partida de
su trabajo artístico. La potencia creativa, desde el punto de vista escénico,
consistiría en la posibilidad de transformar lo evidente de esa situación:
lo que aquí y ahora está pasando es teatro. El impulso para ese efecto de
transformación no viene dado por la posibilidad de cambiar la historia (de
la representación), por plantear un relato alternativo frente a otro domi-
nante o deconstruir los pilares sobre los que se asienta esa representación
—personaje, trama, unidad temporal, espacial—, que han sido algunos de
los campos de batalla de las artes escénicas durante los años setenta y
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