ARTÍCULOS
Acotaciones
, 28, enero-junio 2012
61
podríamos calificar con Foucault (1977) de «dispositivos de enunciación»,
donde actuar frente a los demás implica en primer lugar hacer visible la
relación del que habla con lo que está diciendo, y a partir de esa «ver-
dad» proyectar y proyectarse a través de la relación con el público. Una
gran parte del trabajo de estas obras ha consistido en la creación de estos
espacios de comunicación desde un yo-cuerpo y de cara a un público he-
cho visible de alguna u otra manera. El desarrollo del testigo como figura
escénica ha llevado a articular un tipo de palabra singular, una palabra
en primera persona que busca estrechar su relación con quien la enuncia
dejando ver, sin embargo, una dimensión «humana» que supera el límite
de esa palabra. Solo de manera ingenua, quizá por el respeto alimentado
por la mala conciencia —como diría Angélica Liddell— con la que nos han
enseñado a mirar a las víctimas, o deslumbrados por el aura que rodea al
testigo, podríamos pensar en la aparente fluidez con la que la experiencia
vivida se traduce en palabras que obligan también a quien las escucha.
Por eso algunas propuestas escénicas, siguiendo las modas, habrán po-
dido caer en esta engañosa facilidad con la que alguien da fe de lo que
ha vivido, de su verdad, sin sentir quizá un poco de vergüenza, al menos
pudor, por tomar la palabra en nombre de lo que no se puede tomar, en
nombre de los otros, o de lo otro, que no deja de ser uno mismo, lo más
preciado de uno mismo.
¿Por qué sentir vergüenza por ponerse delante de un público para dar
testimonio de lo que se ha vivido, de lo que se ha hecho, de lo que se ha
sentido, de lo que se ha visto, de las personas y cosas que se han cono-
cido, de lo que se ha sido? En el caso paradigmático del superviviente
esta vergüenza es una reacción bien conocida, es la vergüenza por haber
sobrevivido, cuando había más motivos para haberse quedado en el cami-
no, cuando otros no pudieron seguir adelante. La imposibilidad de llegar
a dar palabra a lo que no se puede decir, a lo que quedó definitivamente
perdido, y a pesar de ello tomar la palabra, públicamente, es lo que pro-
duce un sentimiento de vergüenza, que va de la mano de un sentido de
responsabilidad frente a esa limitación que te llevaría a no estar en ese
escenario, a no hacerte público en función de una promesa de represen-
tación que no se va a poder cumplir. De alguna manera, responsabilidad
y vergüenza son los dos polos de una misma manera de estar (en escena)
que obliga a poner el cuerpo como garantía de una verdad, que obliga, por
tanto, a perder el cuerpo como pago de esa garantía no satisfecha.
1...,51,52,53,54,55,56,57,58,59,60 62,63,64,65,66,67,68,69,70,71,...224