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Teatro Mínimo nº
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A veces, antes está la idea. O eso defendemos frente a la audiencia cuando explicamos
«lo que queremos contar». Aunque, muy a menudo lo primero es la historia. El «había
una vez» que está sin ser mencionado. Entonces llegan las formas: hay que contar ese
cuento juntando las palabras; y ahí es donde el taller ejerce una función sanadora: los
compañeros de taller son nuestros primeros oyentes y lectores. Son la contrafigura del
espectador. O su alter ego. En el taller de creación, la magia puede hacer acto de pre-
sencia en cualquier momento. Pero para hacer fuego hace falta frotar las piedritas con
mucho empeño. Que la inspiración nos pille siempre trabajando.
Hay talleristas tímidos y también los hay osados; pero es raro que en algún momento
no aparezca el pudor ante la obra incipiente, todavía torpe y balbuceante. Como el actor
que ensaya un texto que apenas ha retenido en la memoria, el autor/ tallerista ha de ser
capaz de mostrar su indefensión ante sus compañeros de taller.
El tallerista que aporta un nuevo material al taller es muy importante; pero el que
escucha y enriquece el material del compañero con su esmero es fundamental. Un taller,
de creación artística o de marquetería, es también un grupo social. Y los grupos sociales
tienen sus dinámicas, sus fluctuaciones atmosféricas. Son viajes del tú al nosotros. El ta-
ller de escritura dramática se hace como el teatro: a fuerza de grupo.
Con cada promoción, en cada curso, aparece el reto de un nuevo taller. Y entonces un
día te das cuenta de que el Taller es para siempre porque no hay caminos que no se hagan
al andar. Golpe a golpe y palabra a palabra.
Yolanda Pallín
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